Hace poco he leído la biografía de Steve Jobs, de Walter Isaacson. Me ha resultado muy interesante y es una lectura que recomiendo. Parece que Jobs no fue precisamente un modelo de persona, y que para llevar a Apple al lugar que ocupa hoy tampoco era necesario tratar a sus empleados como lo hacía en ocasiones.
Sin embargo es indudable la increíble intuición de Jobs para diferenciar inmediatamente lo que funciona y lo que no, lo que gusta y lo que molesta, lo fácil de lo complicado. De todos los episodios sobre su vida profesional que aparecen en el libro, me quedo con éste:
Los ingenieros de Apple que estaban trabajando en un software para crear vídeos y grabarlos en CD, mostraron a Jobs un prototipo con un montón de funciones y botones. Su respuesta fue: «Quiero una caja y un botón ‘Grabar’. Se arrastra el fichero del vídeo sobre la caja. Se pulsa el botón. Y punto. Así es como lo vamos a hacer».
Cada día encontramos webs y programas que son condenadamente complicados de usar, fallan o simplemente no funcionan. El usuario se pregunta ¿qué hago mal? La respuesta es nada, cuando la tecnología es complicada el problema es siempre del que la fabrica.